jueves, 3 de febrero de 2011

El sexo es el camino, la verdad y la vida

La mayoría de la gente ve el sexo como un juego, como una recreación del cuerpo, un deporte apasionado. Y lo es, pero cuando se ama, el amor y sus acrobacias son como la fusión de dos metales, una ferruminatio que confunde dos substancias, tú y yo, en una sóla. Un calor tan intenso que funde en un sólo cuerpo lo que tú y yo somos, sin dejar la posibilidad de hacer una separación o hacer distinción entre sus compuestos. Dando placer, recibiéndolo también en cada instante, con cada roce, con cada beso, con cada libación de la lengua, intercambiando palabras que significan más por el gesto que acompañan que por el contenido que la convención de los hombres y de los años le han ido confiriendo. El sexo es búsqueda y entrega, confusión de las conciencias, ceguera. Los amantes se buscan como ciegos, con el cuerpo por delante, con los sentidos por vanguardia, oteando sus horizontes, queriendo conocer los límites que dan forma a la persona que se ama, como los acantilados y las playas dan forma a los continentes, a los mares y a los océanos. Así se buscan las personas en el amor erótico, como  cartógrafos del Nuevo Mundo, asombrados por lo que van descubriendo, extasiados por la belleza del cuerpo y de la voz de sus amantes, entre asustados por la enormidad de la empresa: darlo todo, recibirlo todo, y alentados por un deseo más fuerte que cualquier otra cosa conocida, más fuerte que aquello que habita y une las misteriosas partículas subatómicas. El sexo es la gran liturgia de la vida y los amantes son, a un tiempo, sacerdotes y feligreses, dogma, fe, doctrina y evangelio. El auténtico sexo es una religión, la que más seguidores congrega en todo el mundo, sin herejías, cismas ni sectarismos. El sexo es la verdadera comunión, la unión de todos los seres en aquello de lo que todos participamos. El sexo es el camino, la verdad y la vida.


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