domingo, 30 de enero de 2011

Cthulhu ha sido hallado muerto

Cthulhu ha muerto. Está tendido sobre el mar Mediterráneo, haciendo puente con su enorme cuerpo de Primigenio entre la isla de Mallorca y la localidad de Castellón de la Plana. Sus enormes pies se alzan con las uñas apuntando a las estrellas, quizá a su propio hogar, frente a la costa de la península ibérica. Su incomprensible cabeza de calamar toca, con su textura gelatinosa e indestructible, la costa mallorquina, muy cerca del pueblecito de Valldemossa. La caída de su ciclópeo cuerpo de dragón, congestionado por el poder de su raza, ha producido los mayores estragos jamás registrados por la humanidad. Toda la cuenca del Mediterráneo ha sido anegada por sus propias aguas. Los muertos se cuentan por cientos de miles, casi todos ahogados, aunque algunos han fallecido, o lo harán en las próximas horas, como consecuencia de las alergias e intoxicaciones producidas por el caldo más contaminado del planeta Tierra, después de las aguas del río Ganges. Otros puntos del planeta no se han librado de la desgracia, ya que el impacto de Cthulhu sobre el lecho marino ha sido el epicentro de numerosos temblores sísmicos. Como consecuencia de estos temblores, la Torre Eiffel se ha quedado mirando a Cuenca; a la Estatua de la Libertad se le ha caído el mechero ese que tiene en la mano derecha; el obelisco de Washington se ha quedado haciendo un ángulo respecto del suelo de cuarenta y cinco grados, apuntando hacia oriente, parece un pene estimulado y presto para la penetración, así, el gran pene de América encañona a China; el Atomium de Bruselas se ha desintegrado; el Burj Al Arab, el hotel más lujoso del mundo, se ha derrumbado por completo, formando un enorme montón de mármoles, metales y piedras preciosas que parece aquello el tesoro acumulado por miles de cuervos negros durante mil trescientos cuarenta y siete años; la catedral de Nuestra Señora de Tyn, en Praga, es una escombrera, el gran paraíso soñado por todas las cucarachas de la ciudad; en Madrid, las Torres Kio se han enderezado y desde Pisa informan que a su Campanile le ha sucedido lo mismo... en fin, un horror, un inconcebible horror.

Pero, ¿cómo ha podido suceder todo esto? Sólo yo, narrador omnisciente, conozco la verdad de los hechos. Cthulhu dormía en un lugar del Pacífico, yacía soñando a miles de metros por debajo del nivel del mar. Lo último que estaba soñando, justo antes de despertar, era que su mujer le regañaba a grito batiente. <<¡ftlnahn sñe'sent jpetlhn, gñe! -le gritaba con los tentáculos de la cabeza agitándose como si fuesen los cables sueltos de una embarcación en medio de una tormenta-, ¡ftlnahn sehtonh nhst R'lyeh! -continuaba diciendo con las garras apuntando, acusadoras, a Cthulhu-. ¡Sdhrh sh cljsh, tshodsh sh asdohsnh sahnd nhst R'lyeh!>>. Resumiendo, su mujer le acusaba de no hacer nada con las goteras de la casa, allí en R'lyeh. Se trataba de un sueño de reajuste, en respuesta a la humedad que durante tantos y tantos años le rodeaba bajo el océano. El caso es que soñar con su mujer le agobiaba, y soñar que su mujer, además, le regañaba, le angustiaba hasta el punto de despertarse. Cthulhu despertó, pues, de muy mal humor, y comenzó a incorporarse entre horrorosos ruidos guturales, como los del mecanismo de un reloj gigante empantanado en un fluido viscoso que trata de seguir funcionando. Se puso en pie en el Mediterráneo, ¿qué raro, verdad?, sin embargo, es un hecho que Cthulhu dormía bajo el Pacífico y se levantó en el Mediterráneo, y nadie, ni siquiera yo, narrador omnisciente, puede poner en duda la realidad, por incomprensible que sea, al fin y al cabo, nosotros, pobres seres humanos, no estamos en disposición de entender la geometría espacial que manejan los Primigenios.

Cthulhu, ya completamente erguido y estirado, lo primero que vio con su penetrante mirada, una mirada que todo lo abarca en cientos de kilómetros a la redonda, fue a Belén Esteban, recién levantada también, en su casa de Madrid. Lo que siguió después fue un largo proceso de degeneración mental hacia la locura más absoluta comprimido en apenas unos segundos. Al principio, Cthulhu pensó que aquella forma incomprensible que le producía una repugnancia similar a un intenso dolor físico se explicaba porque todavía no se había despertado por completo. El Primigenio se pellizcó la punta de uno de sus tentáculos, y el resultado de su acción le horrorizó todavía más: sólo había conseguido ver a Belén Esteban con más claridad aún . Esta repentina claridad fue como un fulgor que cegó por completo la capacidad de discernimiento del gran calamar cósmico. Su razón quedó arrasada, y entre los humeantes rescoldos sólo una cosa permaneció intacta: un sentimiento puro de miedo, de perfecto horror, un horror que únicamente puede nacer de lo que no se comprende en absoluto. ¿Qué era aquello que estaba contemplando? ¿qué extraños ángulos eran esos? ¿qué imposibles líneas? Ninguna geometría, humana o extraterrestre, podía explicar lo que estaba viendo. Para hacer soportable este horror, la mente del coloso creó la semilla de la locura, que germinó enseguida en su inconsciente, llegando, a través del rápido crecimiento de su tronco, a la parte consciente de su pensamiento y extendiéndose, como las ramas de un árbol, por todo su entendimiento. La totalidad de este proceso, que debería haber durado años, se produjo en un instante, en apenas unos pocos segundos. Si la mente de Cthulhu fuese una porción de mil toneladas, sólo un gramo sobrevivió a la infección de la locura. Fue ese gramo de cordura el que tomó la decisión y puso en marcha el mecanismo fisiológico por el que sus tentáculos acabarían estrangulando su propio cuello, hasta la asfixia, hasta la muerte, hasta la paz.

Y así es como Belén Esteban ha causado la muerte de cientos de miles de personas y la destrucción de cientos de monumentos y edificios emblemáticos. Cthulhu, de no haberla visto, se habría vuelto a dormir, plácidamente, a los fondos abisales, como ha sucedido tantas y tantas veces sin que nadie se halla dado cuenta, nunca.




sábado, 29 de enero de 2011

Bergman, el pata negra del cine

Si no te gusta Bergman, no te gusta el cine. En todo caso te gustará ver una sucesión de imágenes más o menos simpáticas que tratan de contarte cualquier cosa que se te olvidará en unos días, cuando no en unos minutos. Me refiero a Ingmar, no a Ingrid, que tampoco está nada mal, por cierto. Hoy he visto "Sonata de otoño", y como me ocurre siempre que veo una película de mi querido Ingmar, se me quedó el gusto por el cine como en cuarentena, como se te queda el paladar después de haber degustado jamón de bellota, sin ganas de jamón cocido ni de cine actual ni pretérito, y no es que el jamón cocido o el resto del cine estén mal, pero no es lo mismo, francamente. Ver "Sonata de otoño" es como hacer ejercicios gimnásticos, agota de pura intensidad, si yo creo que hasta he sudado al verla, en un fenómeno que podríamos llamar "síndrome dérmico de Bergman" y que podríamos definir como aquella transpiración que no guarda relación con la actividad muscular ni con la temperatura del ambiente. También sudan los ojos, un rato gordo, además, y es que hay que estar hecho como de metal extraterrestre para no conmoverse ante las sesiones de psicoanálisis que se prodigan la madre y la hija, sesiones dónde, sin diván ni nada, afloran amores que son odios, odios que son amores y otra suerte de fenómenos contradictorios, como de mecánica cuántica. No os vayáis a pensar que por ser una película x -es decir, una película tan buena que no existe la palabra adecuada para calificarla- es una película idónea para una primera cita amorosa -las otras películas x puede que tampoco-, pues corréis un muy serio riesgo de que el mozo o la moza que os dispongáis a impresionar, se levante del sofá exclamando:

- ¡Mira, vete a la mi-er-da! -acentuando bien la separación de las sílabas de la palabra mierda-. ¡Esto no se hace!

Como tampoco se hace el dejarse esta obra maestra sin degustar hasta el hueso -en una ocasión más oportuna, eso sí- como si de un buen jamón de pata negra se tratase.



domingo, 23 de enero de 2011

Memento mori, sí, pero hoy no

Ayer fuimos a ver "Memento mori" -en latín: recuerda que tendrás que morir-, al teatro Fernán Gómez, el teatro con las butacas más cómodas que conozco. Esta comodidad compensó la incomodidad que produce la obra, pues trata de algo que agita la conciencia: los niños soldados en África. Sin embargo, la conciencia de un blanquito del occidente civilizado -civilizado a su imagen y semejanza- es como el mercurio: enseguida tiende a quedarse como estaba, por mucho que lo agites. No penséis que yo o mi estimulante compañera sabática somos unos psicópatas incapaces de empatizar con nuestros semejantes. Durante la obra, nuestro mercurio reaccionó como si fueran aguas bravas, estallando con violencia en los rompeolas de nuestras conciencias, pero, al terminar, lo cierto es que no nos fuimos a concentrar esfuerzos e inteligencia para luchar contra la enorme injusticia y sinrazón que campan a sus anchas por todo el mundo, especialmente en el continente africano, qué va, nos fuimos directamente a cenar a un restaurante dónde María se pidió un sandwich, yo una hamburguesa y los dos unas quesadillas para entrar y una tarta de queso americana para salir. En la cena tampoco hubo llanto, rabia o desconsuelo, hubo, más bien, risa, regocijo y complicidad, y lo siguió habiendo cuando nos fuimos de copas por Chueca. Entonces, ¿es que la obra era mala? En absoluto, es un buen texto, bien interpretado además -aunque funciona mejor como drama familiar que como denuncia social-, pero las personas, sus mentes, tenemos mecanismos automáticos e inconscientes para evitarnos las incomodidades, para ponernos en la búsqueda de lo agradable y satisfactorio. Nos aferramos, sin darnos cuenta, al hecho de que los niños sobre los que apuntaba la obra no estaban sobre el escenario, que lo que había sobre él eran  unos actores bien alimentados y mejor cobijados en viviendas con agua corriente, electricidad y la nevera llena, que las butacas eran comodísimas, que estábamos rodeados de espectadores guapos, amables y bien vestidos, que, al salir, no era el ruido de las explosiones y los disparos lo que flotaba suspendido en el aire, sino el ruido de los contaminantes y caros automóviles occidentales, y los gritos y risas, la jarana de los jóvenes que salen los sábados por la noche a cualquier cosa menos a preocuparse por las heridas del mundo y sus laceraciones. Memento mori, sí, pero hoy no, hoy no.


sábado, 22 de enero de 2011

La firma de Michael Jackson

Mi firma contiene mi nombre, que es compuesto, y mis dos apellidos, cuatro palabras en total, y una rúbrica con cuatro o cinco tiznajos de tinta hacia el final de su trazo, como si fueran las chispas de una de esas bengalas que se usan en Navidad. La idea de estas chispas la copié de la supuesta firma de Michael Jackson, pues yo quería ser como él cuando tenía diez añitos. Al comienzo de la biografía de mi firma, en su infancia, el nombre y los apellidos eran perfectamente legibles, pues se extendían en una caligrafía normal de izquierda a derecha, sin embargo, con el tiempo, las cuatro palabras que la componen se fueron contrayendo, poco a poco, hasta concentrarse en un diminuto cuerpo parecido al de una araña pisada, reflejando, así, mi propio y paulatino ensimismamiento personal, y es que lo que hay fuera me aburre cada vez más, o, por lo menos, ya no me asombra como cuando era niño.

Un día tuve que hacer un trámite ante un notario y, al comparar la firma que acababa de grabar en un papel timbrado con la que figura en mi DNI, el funcionario público me dijo : "no se parecen en nada". Yo le habría explicado lo que os acabo de contar un poco más arriba, pero, en lugar de eso, le dije: "es que mi DNI es tan antiguo que yo ni siquiera había nacido". El notario entendió y me sugirió que intentase hacer la firma igual que aquel garabato primigenio pintado, como los bisontes de Altamira, en el documento de identidad . Entonces, mi mente urdió la siguiente idea: qué mal profesional es este notario. <<¡Esto es inaceptable! -me tendría que haber dicho con la voz indignada y la barbilla alzada apuntando a un lugar situado por encima de mí-. Las leyes no permiten hacerse el Documento Nacional de Identidad a las personas que aún no han nacido. Salga inmediatamente de mi despacho y no vuelva hasta que no me traiga un DNI consignado en una fecha posterior a la de su alumbramiento.>> Y es que los notarios ya no son lo que eran.


lunes, 17 de enero de 2011

Al fondo, en perspectiva, Bon Scott

Un zapping crepuscular me hizo ver un fragmento de Operación Triunfo este domingo. En el escenario, una chica de muy buen ver y, colijo, de mejor tocar, llamada Pilar Rubio -era morena-, decía, micrófono en mano, algo parecido a esto: "Dicen por ahí que en Operación Triunfo sólo suena salsa. Pues se equivocan, en Operación Triunfo también hay espacio para el rock y vamos a dar caña". Al oír la palabra caña en boca de una presentadora de OT, mi mente la asoció en seguida al tallo de las plantas gramíneas, nunca, en ningún momento, se me pasó por la cabeza que sobre ese escenario apareciese un digno émulo de Bon Scott, por decir sólo un rockero. Y, efectivamente, lo siguiente que se materializó en pantalla fue el tallo de una planta gramínea con minifalda intentando imitar a Janis Joplin, con su guitarra y todo. Pero lo peor estaba por llegar -o lo mejor, según se mire-. En medio de la actuación, cómo si se tratara de los títulos de crédito de una teleserie de sobremesa venezolana, apareció el rostro -primer plano en blanco y negro- de la que estaba aniquilando el legado de la buena de Janis en un montaje hecho en un momento anterior a la actuación, que se supone en directo. Sobre el breve montaje blanquinegro y sobre el intento de imitación de Janis Joplin -sí, sí, todo junto-, sonaba una voz en off que decía: "Mírame a los ojos, verás que las ingenieras también pueden ser rockeras" (¿?).  Aún no me había recuperado del ataque de risa cuando, sin solución de continuidad, apareció sobre el escenario un segundo tallo de planta gramínea cantando una canción de Whitesnake. La imitación se quedó en culebrilla de río. Por supuesto, a mitad de la interpretación se coló un montaje en blanco y negro con el interfecto, atención, rompiendo un espejo con una maza (¿?).

Recuperados mis músculos risorios de los espasmos de la carcajada, pensé que a lo mejor OT se había convertido en el nuevo órgano de difusión del movimiento surrealista y que, bien pensado, aquéllo era una genialidad digna de un Dalí, a la altura de la simbología y de la fuerza del huevo colgado de una concha por un hilo de "La  Madonna de Port Lligat"... ya estoy viendo la composición: en el interior del vientre hueco de Pilar Rubio, el tallo de una planta gramínea con casco de obrera -es ingeniera- atraviesa como un puñal el cuerpo de una guitarra acústica. Trocitos de espejo laceran los sobredimensionados pechos de Pilar -dualidad sexo y muerte-, mientras una culebra de río se enrosca en el mango de una enorme maza que ocupa toda la parte derecha del lienzo -simbolizando la represión sexual conservadora-. El cabello de Pilar es largo y negro, el vello de su pubis, rubio -simbolizando la confusión que produce el amor erótico-. Al fondo, en perspectiva, un Bon Scott empequeñecido por la distancia, se lleva las manos a la cabeza.


sábado, 15 de enero de 2011

Algunos gestos valen más que mil palabras

Hoy he ido a ver "Cinco horas con Mario" al teatro Reina Victoria. La función comenzó a las siete de la tarde -19:05, exactamente- y terminó a las ocho y cuarenta -20:44-, es decir, no son cinco horas, es una hora más cuarenta minutos. Pero no penséis que me he sentido estafado, muy al contrario, he salido muy satisfecho, y no sólo porque la obra sea  buena -es magnífica-, sino porque, además, he sido testigo de una de esas cosas minúsculas que suceden continuamente y a las que no solemos prestar atención. Frente a mí se han sentado dos mujeres que para el harem que secretamente fantaseo las quisiera yo, una rubia de pelo suavemente ondulado y veteado con algunos cabellos oscuros y una morena de aspecto sofisticado y rostro tan anguloso que se le podían medir a ojo los grados de separación entre el puente de la nariz y su base o el cuerpo de la mandíbula y su rama vertical. Ambas rondaban los treinta y tantos, muy cerca ya de los cuarenta, y, por lo que pude captar -pues no pude evitar escucharlas entre incómodo e intrigado-, recién habían salído de una relación amorosa cuya ruptura intentaban explicarse al modo en que lo hacen dos buenas amigas, es decir, dándose la razón mutuamente y quitándosela a ellos por completo. En ese momento pensé que se engañaban entre sí para no herirse los sentimientos, cumpliendo con escrúpulo y rectitud su papel de leales amigas. <<Seguramente -pensaba mi psicoanalista interior- la relación no ha funcionado por un cúmulo de frustraciones que la pareja no ha sabido resolver.>>  Sin embargo, estas dos atractivas mujeres me han regalado un gesto que ha sido como el fulgor de un relámpago en medio de la noche, una luz súbita que todo lo baña y permite ver lo que hasta entonces no eran más que sombras y formas incomprensibles: en un momento de la obra que estábamos viendo, Carmen Sotillo -protagonista y casi único personaje sobre el escenario- reprendiendo a su difunto marido, de cuerpo presente, recuerda unas palabras de su madre: "el mejor hombre debería estar atado". Y justo en ese instante, las dos mujeres que se sentaban delante de mí se miraron con un gesto severo y sombrío, un gesto de complicidad que aquí y en la China -y en cualquiera de sus provincias- quiere decir: "ya te digo". Mi psicoanalista interior, entonces, cerró la libreta, se guardo la pluma en el bolsillo de la chaqueta y, levantándose con aire resignado, me dijo: "ellas tienen razón".

PD. Cristina, Natalia Millán está maravillosa ;)




sábado, 8 de enero de 2011

Ser como Casanova es muy cansado

La vida supura ironías como una vieja herida que no termina de curarse. Unas son leves y pequeñas, como pestañas: casi nunca reparamos en ellas, salvo que adornen la mirada de una chica guapa, otras son grandes y notorias, como un negro albino de dos metros de altura -yo he visto uno, creedme, aquello no era una pestaña-. He vivido estos días una de aquellas pequeñas ironías, y me refiero a la ironía como la entendían los románticos alemanes, es decir, como la expresión de la unión de dos elementos antagónicos. Veréis a lo que me refiero. Los reyes magos me trajeron "Historia de mi vida", de Giacomo Casanova, el celebre veneciano diplomático, escritor, espía, presidiario, médico, violinista, fraile, masón y qué sé yo cuántas cosas más. La pequeña ironía consiste en el hecho de que la tradición cristiana dibuja a tres viajeros venidos de tierras lejanas para ofrecer tres regalos simbólicos a aquél que ordenaría su vida para amar a los demás más que a sí mismo, sacrificándolo todo en el empeño. Más de dos mil años después, estos tres viajeros han vuelto para regalarme la autobiografía de aquél que ordenó su vida para obtener todo posible placer, todo gozo, "Cultivar los placeres de mis sentidos fue toda mi vida mi principal tarea; nunca he tenido otra más importante", nos dice Casanova en el prefacio de su obra, ¿no es irónico?


No creáis que admiro a Casanova, le aprecio, es cierto, aprecio su honestidad al frente de su vida y aprecio su enorme talento como contador de historias, pero yo no querría ser como él, no porque yo prefiera, movido por una irresistible fuerza interior nacida de un compromiso ético sincero con la sociedad, ser una persona de intachable rectitud moral ante los ojos de los que me miran, sino porque es demasiado cansado estar continuamente maquinando el modo de obtener alguna diversión, algún estimulo para los sentidos, con todo el mundo tratando de impedir tu desarrollo epicureista y todos esos maridos empeñados en no dejarte disfrutar de sus mujeres, los muy egoístas. No, lo convencional es cómodo y confortable, una cinemática cuyas trayectorias son fáciles de seguir para mi dócil cuerpo. Sin embargo, tengo que reconocer que aquéllo de lo que mi cuerpo, por pereza, rehuye, mi mente le tiene cierta querencia, y es que es muy sugerente la idea de tener algo que ver con la muy casada -hasta hace poco- Scarlett Johansson. Y aquí es donde entra en escena la gran ironía, el gran negro albino que une dos elementos antagonistas entre sí: el sumiso carácter de mi cuerpo y la díscola naturaleza de mi mente.


sábado, 1 de enero de 2011

3MSC vs M

Hace unos días, unas mujeres con los fardos bien cargados de belleza y de razón y a las que aprecio de verdad, fueron al cine a ver "Tres metros sobre el cielo" -"3MSC", según la publicidad- una película española que adapta la novela del escritor italiano Federico Moccia del mismo título, o casi. La película cuenta la historia de amor entre dos jóvenes radicalmente distintos, ¿en qué sentido?, pues en el sentido de que ella vale mucho y él es imbécil perdido, pero muy guapo, eso sí, y ahí está el por qué de las inquietudes de Babi -que así se llama ella-, porque, no nos engañemos, si H -que así se llama él, supongo que por ser simple como el hidrógeno- fuese feo hasta la repulsión, sucio y maloliente, ni esta película ni la novela que adapta existirían. La película estimula, de este modo, la imaginación de las mujeres, porque a ellas les gusta mucho la idea de corregir al incorregible -guapo, por supuesto, al feo que lo corrija su madre- con la sola fuerza de sus encantos, del mismo modo que, dicen, pues yo de esto no tengo ni idea y sólo hablo por referencias, a ellos les estimula un rato largo la idea de yacer con dos bellas y desinhibidas mujeres a la vez, tres, según otras fuentes.

Lo de arriba puede sonar a crítica sarcástica, pero no lo es, de hecho, creo que la historia de H -Step en la novela- y Babi, con la eterna ciudad de Roma -Barcelona en la película- como caldo de cultivo, es muy honesta con el momento biológico que  viven, pues no se trata mas que de dos adolescentes sometidos a la dulce tiranía de la química orgánica, empeñada en perpetuar la especie, aunque esto suponga la unión entre una estimable muchacha y un imbécil consumado. Es la narración de algo que le sucede a los más jóvenes a todas horas y en todas partes, a aquellas personitas con el juicio a medio cocer que despiertan por primera vez a los sentidos más rudimentarios y sensuales. No sería lógico, por tanto, que los protagonistas de una historia así fuesen sesudos amantes de las artes, las letras y las ciencias, aunque tampoco habría estado de más que el sr. Hidrógeno fuese un poquito menos imbécil, la verdad.

"Tres metros sobre el cielo" -"3MSC"- es una cinta adecuada para captar el interés de alguien que quiera ver figurada en la pantalla la vida y las obras de la adolescencia y sus aledaños. Trasunto del mismo estilo -relaciones íntimas entre seres humanos, que al final es de lo que se trata- pero orientada a un público más talludito es "Manhattan", de Woody Allen, a la que nos referiremos como "M". En "M", el homólogo de H es Isaac Davis -interpretado por Allen-, y si hemos supuesto que a H se le ha llamado así por su simpleza, a Isaac podríamos llamarle, tranquilamente, NaOH, es decir, sosa cáustica. En "M", Isaac -NaOH- tiene una ex que le abandonó por una mujer y que escribe un libro dónde cuenta todas las mezquindades del que fuera su marido, además, tiene una relación con una adolescente veinticinco años menor con la que se siente a gusto, pero a la que no ama. En medio de esta sopa de vínculos perniciosos, viene a caer Mary -que interpreta Diane Keaton- la amante del mejor amigo de Isaac, de la que se enamorará perdidamente nuestro disfuncional protagonista. En "M", hasta la adolescencia está gangrenada por el escepticismo:
quizá las personas no fueron hechas para tener una sola relación profunda, tal vez deberíamos tener una serie de relaciones con eslabones distintos, lo otro ya está pasado de moda
Esta frase no la dice Isaac -sosa cáustica- Davis, ¡la dice su amante de diez y siete años de edad!

Las dos películas, a pesar de tratar de reflejar lo mismo -las relaciones amorosas-, son totalmente dispares, tanto en su calidad artística, inconmensurablemente mayor en "M", se mire por dónde se mire: fotografía, música, estructura narrativa, interpretaciones... como en la complejidad de la propuesta, y es que no es lo mismo  la ensoñación adolescente de "3MSC" que el cínico análisis de un cuarentón con mucha mala leche y no menos inteligencia de "M". La tesis se podría expresar así: Federico Moccia - y sus adaptadores en el cine- es el inmaduro Peter Pan y Woody Allen es el descreído capitán Garfio, y en esta peculiar versión del cuento del niño que rehúsa crecer, el lisiado, el manco, es Moccia, que siempre resulta vencido por el capitán, y no porque el italiano no sea animoso y no se afane en sus causas literarias, sino porque Federico Moccia tan sólo es eficaz y Woody Allen, en cambio, es un verdadero genio.