sábado, 8 de enero de 2011

Ser como Casanova es muy cansado

La vida supura ironías como una vieja herida que no termina de curarse. Unas son leves y pequeñas, como pestañas: casi nunca reparamos en ellas, salvo que adornen la mirada de una chica guapa, otras son grandes y notorias, como un negro albino de dos metros de altura -yo he visto uno, creedme, aquello no era una pestaña-. He vivido estos días una de aquellas pequeñas ironías, y me refiero a la ironía como la entendían los románticos alemanes, es decir, como la expresión de la unión de dos elementos antagónicos. Veréis a lo que me refiero. Los reyes magos me trajeron "Historia de mi vida", de Giacomo Casanova, el celebre veneciano diplomático, escritor, espía, presidiario, médico, violinista, fraile, masón y qué sé yo cuántas cosas más. La pequeña ironía consiste en el hecho de que la tradición cristiana dibuja a tres viajeros venidos de tierras lejanas para ofrecer tres regalos simbólicos a aquél que ordenaría su vida para amar a los demás más que a sí mismo, sacrificándolo todo en el empeño. Más de dos mil años después, estos tres viajeros han vuelto para regalarme la autobiografía de aquél que ordenó su vida para obtener todo posible placer, todo gozo, "Cultivar los placeres de mis sentidos fue toda mi vida mi principal tarea; nunca he tenido otra más importante", nos dice Casanova en el prefacio de su obra, ¿no es irónico?


No creáis que admiro a Casanova, le aprecio, es cierto, aprecio su honestidad al frente de su vida y aprecio su enorme talento como contador de historias, pero yo no querría ser como él, no porque yo prefiera, movido por una irresistible fuerza interior nacida de un compromiso ético sincero con la sociedad, ser una persona de intachable rectitud moral ante los ojos de los que me miran, sino porque es demasiado cansado estar continuamente maquinando el modo de obtener alguna diversión, algún estimulo para los sentidos, con todo el mundo tratando de impedir tu desarrollo epicureista y todos esos maridos empeñados en no dejarte disfrutar de sus mujeres, los muy egoístas. No, lo convencional es cómodo y confortable, una cinemática cuyas trayectorias son fáciles de seguir para mi dócil cuerpo. Sin embargo, tengo que reconocer que aquéllo de lo que mi cuerpo, por pereza, rehuye, mi mente le tiene cierta querencia, y es que es muy sugerente la idea de tener algo que ver con la muy casada -hasta hace poco- Scarlett Johansson. Y aquí es donde entra en escena la gran ironía, el gran negro albino que une dos elementos antagonistas entre sí: el sumiso carácter de mi cuerpo y la díscola naturaleza de mi mente.


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