domingo, 23 de enero de 2011

Memento mori, sí, pero hoy no

Ayer fuimos a ver "Memento mori" -en latín: recuerda que tendrás que morir-, al teatro Fernán Gómez, el teatro con las butacas más cómodas que conozco. Esta comodidad compensó la incomodidad que produce la obra, pues trata de algo que agita la conciencia: los niños soldados en África. Sin embargo, la conciencia de un blanquito del occidente civilizado -civilizado a su imagen y semejanza- es como el mercurio: enseguida tiende a quedarse como estaba, por mucho que lo agites. No penséis que yo o mi estimulante compañera sabática somos unos psicópatas incapaces de empatizar con nuestros semejantes. Durante la obra, nuestro mercurio reaccionó como si fueran aguas bravas, estallando con violencia en los rompeolas de nuestras conciencias, pero, al terminar, lo cierto es que no nos fuimos a concentrar esfuerzos e inteligencia para luchar contra la enorme injusticia y sinrazón que campan a sus anchas por todo el mundo, especialmente en el continente africano, qué va, nos fuimos directamente a cenar a un restaurante dónde María se pidió un sandwich, yo una hamburguesa y los dos unas quesadillas para entrar y una tarta de queso americana para salir. En la cena tampoco hubo llanto, rabia o desconsuelo, hubo, más bien, risa, regocijo y complicidad, y lo siguió habiendo cuando nos fuimos de copas por Chueca. Entonces, ¿es que la obra era mala? En absoluto, es un buen texto, bien interpretado además -aunque funciona mejor como drama familiar que como denuncia social-, pero las personas, sus mentes, tenemos mecanismos automáticos e inconscientes para evitarnos las incomodidades, para ponernos en la búsqueda de lo agradable y satisfactorio. Nos aferramos, sin darnos cuenta, al hecho de que los niños sobre los que apuntaba la obra no estaban sobre el escenario, que lo que había sobre él eran  unos actores bien alimentados y mejor cobijados en viviendas con agua corriente, electricidad y la nevera llena, que las butacas eran comodísimas, que estábamos rodeados de espectadores guapos, amables y bien vestidos, que, al salir, no era el ruido de las explosiones y los disparos lo que flotaba suspendido en el aire, sino el ruido de los contaminantes y caros automóviles occidentales, y los gritos y risas, la jarana de los jóvenes que salen los sábados por la noche a cualquier cosa menos a preocuparse por las heridas del mundo y sus laceraciones. Memento mori, sí, pero hoy no, hoy no.


1 comentario:

  1. Y es que es una imagen demasiado aceptada la del sufrimiento ajeno y cuanto más lejos, mejor.

    Algo grabado en nuestras mentes de esa forma tan presente que nisiquiera te molestas en pensar en ello, y si bien, no se puede hacer nada, para qué preocuparse...

    Otro gallo cantaría si los gritos, disparos, sufrimiento, fuesen a 2 pasos de nosotros.

    Qué impotencia! Me voy a ver los Simpson.

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