martes, 1 de marzo de 2011

Distopia sexual

¿Qué ocurriría si el sexo en lugar de ser placentero fuese un roce doloroso, una explosión de disgusto, una luxación genital, algo así como un parto absurdamente prematuro? Ya no nos buscaríamos, uno a uno y los unos a los otros, para crecer y multiplicarnos, para perpetuarnos. Como especie no podríamos permitirnos algo así, pues nos extinguiríamos, y no es que la extinción propia, que es la muerte, vaya a concentrar a toda la humanidad en un sólo movimiento colectivo para evitarlo, es que la muerte de todos los demás supondría el fin de las comodidades, el ocaso del confort, y hasta ahí podíamos llegar, eso si que no, pero es que de ninguna de las maneras, ¿quién tejería mis ropas? ¿quién criaría el ganado, quién lo sacrificaría, quién lo trocearía y quién lo pondría en el mercado a tiro de dinero? ¿y quién construiría el alcantarillado y la red eléctrica? ¿quién haría mi casa, mi automóvil, mis trastos de afeitar? ¿quién extraería los materiales primarios y quién los procesaría? ¿quién, quién, quién? No sé cómo ni de qué manera, pero estoy seguro de que se formarían estructuras colectivas convenientemente jerarquizadas para forzar el encuentro entre dos individuos, entre un macho y una hembra, para fecundar un óvulo, por doloroso que fuese para los elegidos. Sería como la liturgia de un sacrificio a Moloch, el dios fenicio: los jóvenes escogidos, en edad núbil, ofrecerían su dolor al dios-humanidad, a cambio, el dios-humanidad no detendría la producción del confort.

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